Selene Aldana Santana[1]
Centro de Estudios Sociológicos, Facultad de Ciencias Políticas y Sociales-UNAM, México
En el curso de la narración de su propia historia, los grupos sociales construyen su memoria y su identidad, por lo que dicho ejercicio se convierte en un espacio de disputa por el acceso al reconocimiento social. Esto es igualmente cierto para los grupos profesionales de larga tradición, como lo es la comunidad sociológica. El presente artículo tiene como objetivo someter a una revisión crítica la “historia oficial” o hegemónica de la sociología para denunciar la borradura que en ella se ha hecho de las contribuciones femeninas.
1. La historia hegemónica de la sociología
La sociología es un campo disciplinar conformado por participantes entrelazados en relaciones históricas de cooperación y lucha, en las que cada uno ocupa una posición particular con un gradiente desigual de poder. En esas relaciones, los sociólogos se disputan, entre otras muchas cosas, la definición legítima de la disciplina, de su historia y de su canon. El canon disciplinar en sociología está construido bajo una óptica de teóricos y teorías, que incluye a una reducida selección de autores a quienes se considera “los clásicos fundadores”, lo que hace referencia a la generación que fundó la disciplina en Francia, Inglaterra y Alemania, entre la segunda mitad del siglo XIX y hasta antes de la Primera Guerra Mundial.
Francia es el primer país en que la sociología alcanza el estatus de una disciplina con respaldo institucional. Durante la generación de Émile Durkheim (1858-1917) se logra en ese país una delimitación teórica del objeto de estudio de la disciplina, la inclusión de cátedras de sociología en universidades con apoyo estatal, y la creación de espacios editoriales especializados.
En Alemania, por su parte, la fundación de la sociología comienza a avanzar particularmente en el plano de la discusión respecto a la defi nición objetual y metodológica de la disciplina. En 1887 Ferdinand Tönnies publica Comunidad y Sociedad, y Georg Simmel, “El problema de la Sociología” en 1894. Aunque la profesionalización de la disciplina y su establecimiento en las universidades se alcanza hasta el periodo de la República de Weimar cuando se logra que se abran nuevas cátedras en la rígida estructura universitaria alemana.
Así, entre fi nales del siglo XIX y principios del XX se delinean 2 tradiciones sociológicas nacionales: la francesa y la alemana. La primera, heredera de la tradición fi losófi ca naturalista, racional-positivista de la Ilustración; la segunda de la tradición filosófica culturalista y hermenéutica del Romanticismo.
Pero el periodo de las guerras fue de graves estragos para la continuidad de las primeras tradiciones, con lo que el centro de la sociología se desplaza a Estados Unidos. En ese contexto de cosas, en 1937 se publica en Harvard, La Estructura de la Acción Social, donde
Talcott Parsons sostenía que Alfred Marshall, Vilfredo Pareto, Émile Durkheim y Max Weber conformaban la tradición clásica de la que debía partir toda sociología futura. En el transcurso de los años posteriores, se prestará una gran atención a este libro, ya que acercará por primera vez a un amplio público estadunidense a las ideas de Durkheim y de Weber, cuyas obras habían sido muy escasamente traducidas al inglés. Esto comenzaba con un periodo en que Parsons sería la fi guramás infl uyente de la sociología en Estados
Unidos y aquellos otros países donde el marxismo no era dominante, al punto de que se llega a hablar del “consenso parsoniano”. Con esto, la selección de Parsons de los clásicos se impuso ampliamente.
A mediados de la década de 1960, en medio del contexto de cuestionamientos contraculturales al establishment estadunidense, sobreviene asimismo el declive de la hegemonía de la fi gura de Parsons, y con ello el inicio de la problematización de la defi nición de los clásicos de la disciplina. Surgen voces como la de Alvin Gouldner reclamando
la “desparsonifi cación de los clásicos” y proponiendo nuevos nombres para fi gurar en la distinguida lista. Irving Zeitlin, por su parte, llama la atención acerca del inaceptable conservadurismo ideológico subyacente a la exclusión de Marx.
En 1971 Anthony Giddens señala que son 3 los autores que establecieron los principales marcos de referencia para la sociología moderna: Karl Marx, Émile Durkheim y Max Weber. Con esto se cristalizaba lo que David Frisby (2014: 252) llamaría burlonamente “la Santísima Trinidad sociológica”. No será hasta fi nales de la misma década que se reclame con paulatino éxito también a Georg Simmel como clásico de la sociología.
2. ¿Y qué hay de las mujeres?
En esta, que es la historia hegemónica de la disciplina, no se considera problemático, ni siquiera amerita ser enunciado, que la sociología y sus grandes teorías sean obra de varones. Simplemente se parte del supuesto de la existencia de “padres fundadores” que refl exionan sobre “temas universales” y de que las mujeres “no han hecho nada que merezca ser mencionado como importante para ser estudiado” (Tomé, 2019: 6). Sin embargo, el avance de los movimientos feministas ha dado condiciones para que las sociólogas contemporáneas nos hagamos la sencilla pero disruptiva pregunta, ¿y qué hay de las mujeres? Su ausencia en el canon clásico parecería sugerir que a finales del siglo XIX y principios del XX la discriminación por género en Europa Occidental era tan aplastante que no hubo condiciones para que en ese entonces se desarrollaran sociólogas; pero una reconstrucción feminista de la historia de la disciplina ha controvertido esta suposición.
Aun con todos los obstáculos realmente existentes, incluso para las mujeres de clases altas, en el periodo fundacional de la disciplina sí es posible rastrear a una serie de pensadoras mujeres que hicieron relevantes refl exiones sobre la confi guración de la sociedad y las maneras de estudiarla, que encabezaron empresas editoriales, publicaron, entablaron relación y debates con los que consideramos los padres fundadores e incluso llegaron a ser bien conocidas e infl uyentes en aquellos círculos intelectuales en que nacía la nueva ciencia. Pero aunque existieron e hicieron aportaciones originales, fueron borradas en el curso de la escritura de la historia (written out: sacadas de la escritura), porque el establecimiento de la historia legítima de la disciplina resulta de luchas intergeneracionales en que las mujeres como grupo han tenido un poder social menor y frágil, y por eso han podido ser borradas (Lengermann y Niebrugge, 2007: 3).
En efecto, al emprender una labor de arqueología sociológica, es posible hallar prominentes fi guras femeninas de todas las corrientes de pensamiento. Algunas sobre las que tenemos más información son:
– Harriet Matineau (1802-1876), positivista inglesa sordomuda, considerada la primera socióloga y la primera escritora de un manual de técnicas de investigación social.
– Beatrice Potter Webb (1858-1943), socialista británica.
– Rosa Luxemburg (1871-1917) y Clara Zetkin (1857-1933), destacadas marxistas.
– Marianne Schnitger (1870-1954), liberal alemana, perteneciente a la tradición de la sociología comprensiva.
– Charlotte Perkins Gilman (1860- 1935), intelectual estadunidense y activista por los derechos civiles de las mujeres.
– Las llamadas “mujeres de Chicago”, vinculadas a la primera generación de sociólogos en Estados Unidos, de la que forman parte personajes como Anna Julia Cooper (1859-1964) y Ida Wells-Barnett (1862-1931).
Es así que, como sugiere el título del presente artículo, desde su generación fundacional la historia de la sociología ha estado “teñida de violeta”, con lo que nos referimos a que ha contado con participación de mujeres y con la infl uencia del pensamiento crítico feminista.
[1] Doctora en Sociología, Centro de Estudios Sociológicos, Facultad de Ciencias Políticas y Sociales-UNAM, México. Correo electrónico: saldana_psm01@yahoo.com.mx Bibliografía:
– Frisby David (2014): Georg Simmel, Fondo de Cultura Económica, México.
– Lengermann Patricia Madoo y Niebrugge Gillian (2007): The women founders, Waveland, Illinois.
– Tomé Amparo (2019): “La educación feminista contra el sexismo educativo y cultural”, en Coeducar: poner la vida en el centro de la educación (4).