Xavier Diez
La segregación escolar es un fenómeno que, desgraciadamente, es consubstancial al propio sistema educativa. De hecho, una de las funciones subterráneas de la escuela es que, de manera sostenida en el tiempo y con desigual intensidad entre países, tiende a reproducir las diferencias sociales de origen, dificultando, a la práctica, el teórico objetivo de posibilitar la igualdad de oportunidades que los legisladores tienden a reivindicar en los optimistas preámbulos de sus textos legales.
Sostenía Honoré de Balzac que suelen existir dos historias: una oficial, basada en mentiras, y otra oculta, en la que se hallan las causas reales de los acontecimientos. La triste realidad es que disponemos de un sistema escolar segregado por clase social en contra de las declaraciones públicas, porque formamos parte de una sociedad en la que, privadamente, este grave hecho cuenta con los beneficiarios de siempre que utilizan el sistema educativo para blindarse de la competencia de los perjudicados habituales. O, en otras palabras, el sistema oficial está planteado para ofrecer oportunidades teóricas, mientras que, a la práctica, los mecanismos sutiles funcionan para que se consoliden y perpetúen las diferencias de origen.
Una definición
Para comprender qué es la segregación escolar daremos por buena la definición que propone Maria Segurola en el informe publicado por la Fundación Bofill sobre la cuestión en 2020: “la segregación escolar es la distribución desigual del alumnado entre los centros educativos de un territorio” (SEGUROLA, 2020: 4), y que posee, como hecho visible, la concentración de alumnado vulnerable en determinados centros. Desde cierta incorrección política se omite la némesis: la concentración de grupos socialmente privilegiados en determinados centros, mayoritariamente de titularidad privada, como ha venido sucendiendo tradicionalmente. Y esto, en una sociedad como en la catalana, en la cual según la socióloga Marina Subirats, las clases trabajadoras representan el 60%; las clases medias, un 39%, mientras que la clase alta, la élite, alrededor de un 1% (SUBIRATS: 2020), y además teniendo en cuenta que Subirats utiliza datos previos a la crisis de 2008, que en el actual contexto pandémico puede haber empeorado aún más la correlación, representa un problema de primera magnitud.
Es esto lo que explica que Cataluña cuente con uno de los índices más elevados y preocupantes de segregación escolar, una tendencia que, como señala la autora del informe, es desgraciadamente creciente. De hecho, según el índice de Gorard (que señala la proporción de estudiantes de un grupo minoritario en una escuela respecto a la presencia del segmento en un área geográfica concreta) es de 0,30. Esto significa ser la segunda comunidad autónoma más segregada, detrás de Madrid, con 0,36 (CAÑADELL, 2020: 113). Con datos muy bien elaborados, y aprovechando el trabajo hecho por el equipo del Defensor del Pueblo, el 87% de los 122 municipios con más de 10.000 habitantes analizados se detecta lo que los sociólogos denominan una segregación “alta” o “muy alta”.
Unas causas, unas consecuencias
Ello explica, como resulta previsible, las elevadas tasas de fracaso escolar y abandono escolar prematuro, concentrados de manera muy especial en determinados segmentos demográficos. De hecho, todos los analistas de políticas educativas establecen una clara correlación entre sistema segregado e índice de fracaso, aparte de generar un grave problema en lo que atañe a la cohesión social. Sin embargo, a diferencia de lo que consideran buena parte de los opinadores sobre el tema, la escuela no es la causa, sino la consecuencia; no es quien provoca la segregación, sino su víctima. Porque en el trasfondo de todo esto se encuentra, conjuntamente con la segregación residencial, la competencia entre grupos sociales y el uso de la educación como mecanismo de distinción social (BONAL, 2012). En este sentido, y en un contexto de creciente estrechamiento de las clases medias, en circunstancias de incertidumbres económicas, la manera de preservar la posición y el estatus es gracias al capital social, cultural, e incluso simbólico. Así, tal como considera Maria Segurola (SEGUROLA, 2020: 2), las familias buscan escuelas que les aseguren homogeneidad social, proyectos educativos singulares y buenos resultados escolares.
Por tanto, la segregación escolar es una consecuencia de las desigualdades, y no su causa. Responde a las estrategias familiares de mantenimiento de estatus, especialmente graves en un país donde un buen apellido puede resultar más útil que una buena formación. En una estructura económica y social endogámica, repleta de pequeñas y medianas empresas y un escaso número de empleados públicos (que, mediante una selección relativamente objetiva, suelen actuar como un instrumento de ascenso social tradicional) el capital social suele ser más relevante que el educativo. La manera habitual de encontrar trabajo suele articularse a partir de los contactos de círculos de conocidos y familiares. Es por ello que muchas familias matriculan a sus hijos en aquellos centros educativos que permitan establecer redes de amistades bien posicionadas. O, en términos menos sutiles: muchos padres están dispuestos a pagar sumas importantes, no porque la escuela X o la Y sea realmente buena, sino para adquirir una agenda de contactos a sus hijos para que les pueda resultar útiles en el futuro.
Esto tiene consecuencias devastadoras desde un punto de vista social. Sin embargo, este fenómeno no ha surgido por generación espontánea. El historiador José Luis Oyón, a partir de una exhaustiva investigación en base a censos y padrones municipales del primer tercio del siglo XX, estableció en un escaso 12 % los barceloneses capaces de mejorar estatus social, entre dos y tres veces menos que sociedades como la francesa, la alemana e incluso la clasista Gran Bretaña coetáneas. En la situación de crisis actual, parece como si este clasismo de la sociedad catalana se mantuviera inalterable. En este contexto, la doble red escolar (la pública y la privada) es uno de los principales instrumentos para mantenerlo.
Para agravar el problema, en los últimos años, a partir de una política que potencia la autonomía educativa de los centros, se observa el fenómeno de lo que ya empieza a conocerse como la “triple red”. Dentro de la propia escuela pública, a menudo en base a proyectos educativos singulares y mecanismos sutiles de discriminación (cuotas elevadas y encubiertas, mecanismos informales de discriminación, comedores y actividades extraescolares de precios exorbitados) y el abuso de lo que se denomina “innovación educativa”, genera una dinámica de competitividad entre centros que potencia la concentración de determinadas familias con mayor potencial cultural (y por tanto, de mayor disponibilidad de información) en determinados centros públicos, donde, además, algunos directores autoritarias tienden a gestionar los centros siguiendo el modelo de la educación privada. Los mecanismos de que ha dotado el Departamento de Educación de Cataluña a directores y directoras (capacidad de selección del profesorado, la imposición de determinados proyectos de autonomía) no han hecho otra cosa que potenciar el fenómeno de la segregación. Otras prácticas como la “jornada de puertas abiertas” (un acto de autopropaganda en el que las escuelas venden “su producto”, instalaciones, proyectos… a aquellos padres que buscan escuelas para sus hijos), o la potenciación de la comunicación externa, en redes sociales o mediante técnicas de publicidad y marketing, permiten a directores y directoras “vender” directamente calidad, frente a la competencia, como si se tratara de un producto más, siguiendo el modelo anglosajón de potenciar un mercado educativo donde la competitividad puede llegar a grados de deshonestidad extrema. Más allá de los expertos, la dura y la cruda realidad es que a partir de la llamada “libertad de elección” la vox populil funciona como un mecanismo de otorgar buena o mala fama a un centro y contribuyendo a expandir la polarización social, y por tanto, la segregación.
Bibliografía
Xavier Bonal (dir.), Municipis contra la segregació escolar. Sis experiències de política educativa local. Fundació Jaume Bofill, Barcelona, 2012.
Rosa Cañadell, Albert Corominas y Nico Hirtt, El menosprecio del conocimiento, Icaria, Barcelona, 2020.
José Luis Oyón, El cinturón rojinegro. Radicalismo cenetista y obrerismo en la periferia de Barcelona, 1918-1939, Carena, Barcelona, 2004
Maria Segurola, Informe: Estat i evolució de la segregació escolar a Catalunya 2020, Fundació Jaume Bofill, Barcelona, 2020
Marina Subirats, “Les classes mitjanes a l’hora del desencís”, Ara (3-X-2020)