Özlem S.
UNIVERSIDAD DE ANKARA
Fuente: Creado con IA
El 19 de marzo no es simplemente una fecha en Turquía. El proceso que se inició con la anulación del título universitario de Ekrem İmamoğlu y su detención es una manifestación de la paciencia colmada de la juventud, eco de las voces reprimidas; es el grito colectivo de una generación acosada, ignorada, intimidada y silenciada. La sociedad, que lleva años viviendo en una pobreza cada vez mayor, con años de opresión, un autoritarismo creciente y la ley y la democracia agotadas día a día, intenta levantarse con la rabia de toda una generación. Los jóvenes, las mujeres y los trabajadores, a pesar de todo tipo de violencia, llenan los campus, las plazas y las calles de una nueva imaginación política. Limitar el asunto únicamente a la detención de Imamoğlu no sería justo frente a la ira histórica acumulada en la sociedad; la cuestión es una cuestión de derechos, una cuestión de ley, una cuestión de justicia y una cuestión de honor para el brillante futuro de este país. En este artículo, como miembro de esta generación joven, como estudiante universitario, abordaré esta cuestión y dejaré constancia de nuestro testimonio y nuestra lucha.
La Resistencia del 19 de marzo, que ocupa el centro de este artículo, no es el resumen de un solo día, sino de un proceso que abarca muchos años; es la expresión de una memoria histórica común, del proceso político vivido, de la fatiga y la rebeldía acumuladas sobre los hombros. Para comprender esta rebelión, es necesario repasar un poco el pasado. Del Parque Gezi a Boğaziçi, de los disturbios del KYK a los nombramientos de rectores en las universidades, es el resultado de la represión, la ignorancia y la marginación.
Se ignoró toda demanda de educación, vivienda, libertad, justicia y vida digna de esta generación joven, que lucha por ganarse la vida muchas veces por debajo del umbral del hambre con una creciente ansiedad por el futuro, y se intentó reprimir toda voz alzada mediante procedimientos judiciales, violencia policial y manipulaciones mediáticas. La ira en el Parque Gezi, que fue minusvalorado como „una cuestión de unos pocos árboles“ y denigrado tachando jóvenes de „saqueadores“, encontró más tarde su encarnación en las demandas de autonomía académica de Boğaziçi, la anulación del diploma de İmamoğlu y su posterior detención no sólo fue un acto ilegal contra un alcalde, sino también la gota que colmó el vaso de la paciencia de millones de jóvenes. Por eso, quienes tomaron las calles el 19 de marzo no lo hicieron sólo para defender a una persona, sino para defender sus vidas, su futuro, su libertad y sus derechos. Esta voz, que nace de la parte más vulnerable pero valiente del pueblo contra el poder brutal del Estado, es en gran medida una exigencia de liberación de la política del monopolio.
En este sentido, la primera voz que se alzó fue la de la Universidad de Estambul, donde los estudiantes empezaron a llevar la ira que habían acumulado en su interior desde sus campus hasta las plazas con sus pancartas y eslóganes que no pudieron ser silenciados en la marcha que comenzó por la mañana. Su enfado no era solo contra la anulación del diploma de İmamoğlu, sino también contra la injusticia, la desigualdad y la ignorancia constantes. A cada paso que dieron, su número aumentó y sus voces se hicieron más fuertes.
Cuando se acercaron a Saraçhane, la barricada que encontraron no era sólo una barrera policial, era la encarnación de la dominación que quería establecer el gobierno, y el clima de miedo que se quería extender. Sin embargo, aquel día esa barricada se derrumbó, nada de lo que intentaba ponerse delante de la multitud pudo resistir la determinación de los estudiantes. La destrucción de la barricada fue un punto de inflexión, el momento en que renació el sol, el momento en que una sociedad acostumbrada al silencio y la conformidad volvió a darse cuenta de la existencia de sus voces. Los estudiantes no eran solos al decir ‘este país es nuestro’.
Esta voz que resonó en la Universidad de Estambul fue más que suficiente para poner en pie a todo el país, llegaron mensajes de apoyo de otras universidades y los campus se levantaron uno tras otro. Entretanto, las detenciones, amenazas y presiones hicieron que la resistencia fuera aún más visible, en lugar de silenciarla. La resistencia crecía; estudiantes, mujeres, trabajadores hacían crecer la resistencia codo con codo.
El primer reflejo ante la propagación de la resistencia fueron los estereotipos del gobierno a los que nos tienen acostumbrados desde hace años; ‘grupos marginales’, ‘potencias extranjeras’, ‘traidores, terroristas’, ‘provocadores’. Por supuesto, los principales medios de comunicación, en lugar de reflejar los hechos, distorsionaron lo sucedido, trataron de encubrirlo con escenarios poco realistas o intentaron desacreditar a la resistencia sirviendo regularmente estos estereotipos. La violencia policial, como siempre, fue en primera fila; los estudiantes fueron arrastrados por el suelo a las puertas de las universidades, los camiones antimotines montaron guardia en los campus.
Las mujeres fueron golpeadas en las plazas, los ciudadanos que ejercieron sus derechos constitucionales volvieron a ser marcados por la policía. No había límite para el número de balas de goma disparadas, ni para la cantidad de gas pimienta, en cada esquina había un vehículo de detención. Los hijos de un pueblo gritaban por derechos, ley y justicia, la respuesta del Estado era gas, porras y violencia cruel. Sin embargo, todo esto no fue suficiente para intimidar a la resistencia; al contrario, cada intento de represión movilizaba a más gente y unía más voces.
La difamación ha llegado a tal punto que se tachó a los estudiantes de ‘provocadores’, a las mujeres de ‘inmorales’ y a los trabajadores de ‘partidarios del terrorismo’. El gobierno se volvió hostil con todos los que no se callaron, no se encogieron, no abandonaron las plazas. No obstante, en las plazas estaba la gente común y corriente, ejerciendo sus derechos constitucionales. Estudiantes que viven en dormitorios del KYK, jóvenes que no encuentran trabajo, obreros que trabajan en turnos de noche por el salario mínimo y mujeres que viven con miedo a ser asesinadas en cualquier momento. Todos tenían algo en común: eran ignorados. Querían ser vistos, escuchados y vivir humanamente.
El gobierno no sólo ha recurrido a la policía, sino también a la judicatura, los medios de comunicación y las administraciones universitarias para reprimir esta voz. Las detenciones se aceleraron, las publicaciones en redes sociales se tomaron como prueba, se abrieron investigaciones disciplinarias una tras otra. El objetivo era muy claro: había que aislar, intimidar y silenciar a todo aquel que se resistiera. Pero eso tampoco funcionó. Porque la valentía era tan contagiosa como el miedo. Todas estas presiones no provocaron el silencio, sino una solidaridad aún mayor. Ankara, Esmirna, Eskişehir, Antalya… toda Turquía respondió a la voz alzada desde Estambul. La resistencia fue saludada por artistas, académicos y escritores de todo el mundo. Llegaron declaraciones de solidaridad de universidades extranjeras, ‘codo con codo contra el fascismo’, se corearon consignas en diferentes idiomas.
La resistencia no sólo tuvo lugar en las calles; también se manifestó en los estantes de los mercados, en los extractos de las tarjetas y en las vallas publicitarias. En esta ocasión, el objetivo no era sólo la barricada policial, sino también el sistema de capital que se había ido forjando durante años de explotación; la sociedad ya no vería a quienes no vieran su resistencia, y ya no dejaría entrar en sus casas a quienes no oyeran sus voces. El boicot al consumo no fue sólo un rechazo a ciertas marcas, sino una rebelión contra todo el sistema.
Los productos de los conglomerados en los que dependía el gobierno permanecieron en los estantes, y las campañas publicitarias de millones de dólares fueron recibidas con la ira pública. Porque ahora todos sabían muy bien: La explotación no se manifestaba únicamente en las plazas, sino también en los productos que nos vemos obligados a consumir cada día, en la pobreza normalizada, en el hambre impuesta como “estilo de vida”, y esta vez la forma de resistencia era rechazar lo “normal”. Un producto retirado del supermercado, una bebida no comprada en una cadena de cafés, cada actitud colectiva organizada contra las grandes empresas ponen una piedra más en la grieta de este orden artificial. Deseaban ser ciudadanos, no consumidores. Eligieron no jugar según las reglas del sistema, sino romper las reglas. Y en ese momento, no sólo cayeron las barricadas, sino también las estanterías.
El día de hoy la resistencia sigue vivo, sigue en la calle, sigue en las palabras. La resistencia no tiene edad, sexo ni clase. Esta ilegalidad, injusticia e inequidad es común. Si uno de nosotros calla, perdemos todos, si callamos hoy, perdemos mañana. Y los que son más conscientes de ello son los de la generación Z, que nacieron en este gobierno, presenciaron cada momento del mismo y no se les permitió siquiera imaginar otro gobierno. Aportan la respuesta más creativa a la crisis, no aceptan la mera supervivencia. Mientras más quieren silenciarse, más hablan y mientras más se reprimen, más se abrazan. Esto no es sólo la resistencia de hoy, sino también el comienzo de la construcción del futuro. El mañana de la resistencia seguirá haciéndose presente en plazas, campus, foros, plataformas digitales y en todas partes. Porque esta rebelión no está alimentada por el odio sino por la esperanza, no por la obstinación sino por el derecho. Y la esperanza seguirá viva tercamente a pesar de todas las presiones. Nosotros existimos, nosotros existiremos.
Cada palabra que digamos será una bofetada para quienes intenten reprimirnos. Nos haremos más grandes y más fuertes con cada palabra. Construiremos una memoria, una memoria de la resistencia. Este artículo no sólo trata del presente, sino también del futuro. Porque nada ha terminado todavía. La resistencia continúa, continuará, crecerá, vencerá. Seguiremos escribiendo, explicando y resistiendo. No abandonaremos nuestras plumas ni abandonaremos las plazas. Volveremos a existir en los mañanas que merecemos.