Bülent KAYA
Politólogo • Suiza
A juzgar por el comportamiento político general de Donald Trump y las numerosas decisiones económicas y políticas que ha tomado desde el inicio de su segundo mandato, su estilo de gobierno se describe diplomáticamente como „individualista e impredecible“, o más ásperamente como „absurdo y demencial“. Esta apreciación no es incorrecta en su totalidad, poro es incompleta. Al contrario de lo que parece, detrás del comportamiento de Trump se esconde una perspectiva filosófica y un modelo ideológico más sistemáticos y profundos.
Trump está implantando de forma consciente un modelo de toma de decisiones basado en la intuición personal, las relaciones de lealtad y la ejecución directa, rechazando las reglas políticas tradicionales y la estabilidad de las estructuras institucionales. En sus líneas básicas, este modelo se basa en un fundamento intelectual que prioriza la eficacia y la orientación a los resultados e intenta reducir el funcionamiento institucional del Estado al planteamiento de gestión de una empresa. Por ello, tendríamos que esforzarnos por entender el ruidoso anuncio de Trump de imponer aranceles contra muchos países no en términos de su obsesión personal, sino en términos de su visión conflictiva del mundo, de su comprensión de la necesidad de que el Estado muestre fortaleza en el comercio internacional y, sobre todo, en términos de conceptos intelectuales básicos como una doctrina del arte de gobernar basada en la eficacia y la capacidad del líder para hacer negocios.
¿Cuáles son las principales líneas conceptuales que conforman las orientaciones intelectuales y las acciones de Trump? Este artículo, al abordar esta cuestión, pretende contribuir a los esfuerzos por leer las decisiones de Trump de una forma más sistemática.
La gestión del Estado en la filosofía política y la administración pública: ¿Eficiencia o legitimidad?
La cuestión de quién y cómo debe gobernar el Estado es una de las más antiguas y polémicas de la historia de la humanidad. Si observamos la historia de los debates en los ámbitos de la filosofía política y la administración pública, podemos decir que éstos giran en torno a dos cuestiones principales: ¿La prioridad es la legitimidad del Estado o su eficiencia y efectividad? Esta cuestión ha obsesionado no sólo a los círculos académicos, sino también a las mentes de administradores, filósofos políticos y ciudadanos de todas las épocas.
Estos debates, que se prolongan desde la antigua Grecia, han marcado profundamente la historia del pensamiento. La idea de Platón del „Rey filósofo“ se puede considerar el antepasado de la forma de entender el gobierno que hoy llamamos tecnocracia. Aristóteles, por su parte, hizo hincapié tanto en los aspectos morales como funcionales del gobierno, clasificando los regímenes políticos no sólo en función de la relación de fuerzas, sino también de su grado de virtud o corrupción.
Maquiavelo está considerado entre los primeros pensadores de la Edad Moderna que abordó la cuestión de la eficacia gubernamental con su obra El Príncipe. Las ideas contenidas en este libro se centran principalmente en cómo un gobernante puede mantener y consolidar su poder. Según Maquiavelo, un gobernante determinado y todopoderoso puede superar todos los problemas enfrentados.
Posteriormente, pensadores como Hobbes y Locke abordaron este debate con el concepto de contrato social. Mientras Hobbes argumentaba la necesidad de una autoridad central fuerte para evitar el caos, Locke señalaba la importancia de las libertades individuales y la democracia representativa. Marx, por su parte, agitó radicalmente la cuestión, definiendo el Estado como un instrumento de opresión que protege los intereses de la clase dominante y argumentó que la legitimidad no procede del pueblo, sino de quienes poseen los medios de producción. Max Weber, por su parte, sistematizó este legado intelectual y presentó un marco más analítico que fundamentaba la legitimidad en distintas fuentes como el carisma, la tradición y el derecho.
Desde los años ochenta, apareció en escena el pensamiento neoliberal. Este planteamiento, que aspira a reducir el tamaño del Estado, introducir la lógica del mercado en la administración pública y bendecir la eficiencia, ha instaurado una fuerte hegemonía no sólo en los círculos académicos, sino también en la mente de los políticos y en la práctica. No obstante, en los últimos años ha empezado a surgir una nueva corriente de pensamiento que cuestiona este paradigma dominante y adopta tonos más duros y radicales: La Neorreacción A partir de la década de 2010, este movimiento comenzó a dejarse notar especialmente en círculos tecnológicos y plataformas de pensamiento alternativo, planteando preguntas radicales pero efectivas sobre cómo debe gobernarse el Estado.
Crítica a la democracia de Curtis Yarvin, el Ideólogo entre bambalinas de la Neorreacción y del Trumpismo
Curtis Yarvin es una figura extraordinaria que ha dado un giro brusco desde el mundo de la tecnología hacia la filosofía política. Yarvin, que tiene experiencia en ingeniería de software, ganó muchos seguidores en los oscuros rincones de Internet a medida que se acercaba la década de 2010 con sus entradas de blog escritas bajo el seudónimo de „Mencius Moldbug“. Con el tiempo, se convirtió no sólo en escritor, sino también en el padre de una idea radical conocida como „neorreacción“. Calificarlo de conservador clásico sería bastante insuficiente, ya que Yarvin tiene como diana la propia democracia moderna.
En el mundo de pensamiento de Yarvin, la democracia es un sistema lento, ineficaz y a menudo disfuncional. Según él, las democracias actuales no sólo producen una forma de gobierno, sino también una estructura ideológica que moldea la sociedad e impone un único tipo de pensamiento. A esta estructura la bautiza como la „Catedral“. Conforme a esta metáfora, las instituciones como los grandes medios de comunicación como el New-York Times, las universidades famosas como Harvard, el poder judicial y la burocracia constituyen instrumentos de propaganda aparentemente imparciales, pero que en realidad inyectan la ideología liberal en todos los rincones de la sociedad. Estas instituciones no representan los intereses del pueblo; al contrario, ejercen el poder verdadero para mantener su orden ideológico. A este respecto, la hegemonía enfatizada por la metáfora de la „Catedral“ se asemeja a la teoría de la hegemonía cultural de Gramsci, pero a los ojos de Yarvin, este sistema de la „Catedral“ tiene un carácter mucho más homogéneo, organizado y opresivo.
La solución que propone Yarvin es muy poco ortodoxa: Dirigir el Estado como una empresa privada. En su opinión, un Estado de éxito debería gestionarse como una empresa, con un CEO fuerte, cuyas decisiones sean rápidas y directas. Es preferible un modelo de gestión oligárquico formado por grandes propietarios de capital que acceden al cargo por sus méritos, en lugar de dirigentes elegidos. En vez de sistemas basados en una amplia participación pública, se debería hacer hincapié en decisiones eficaces tomadas por gestores competentes. En pocas palabras, la eficacia de la gestión está en primer plano, no las urnas.
Esta perspectiva hace hincapié en que un buen líder no debe rendir cuentas constantemente al pueblo, sino que debe producir éxitos con las decisiones que toma. En opinión de Yarvin, el jefe de Estado (el presidente) debe centrarse en la gobernanza orientada a los resultados, no en los concursos de popularidad. Por este motivo, su modelo se asemeja a la cultura de las startups modernas: toma riesgos, es rápido en la toma de decisiones y mide de forma continua los resultados. En resumen, para Yarvin lo importante no es la democracia, sino un sistema de gobierno que funcione, porque en su opinión la supuesta voluntad del pueblo es a menudo sólo una agradable ilusión.
Trumpismo y Neorreacción: Corporativización del Estado
El período presidencial de Trump sacudió no sólo las tradiciones políticas, sino también el concepto de gobernanza. Lo interesante es que su estilo poco convencional es muy similar al modelo de „CEO-estado“ que Curtis Yarvin teorizó hace mucho tiempo. La visión de Trump del Estado como una corporación, sus nombramientos basados en la lealtad y su visión de la burocracia como un obstáculo para hacer negocios son casi idénticos a la idea de Yarvin de que „el gobierno debe trabajar con eficiencia y las decisiones deben tomarse con rapidez“. Las iniciativas emprendidas por Trump para recortar las competencias de instituciones como la Agencia de Protección Medioambiental y el Departamento de Estado son exactamente la aplicación práctica de este planteamiento. Dichas semejanzas no son sólo estructurales, también se manifiestan en tiempos de crisis. Más que escuchar a los expertos, Trump creó su propio círculo de asesores e ignoró las opiniones de las agencias federales. Por ejemplo, sus disputas con el asesor sanitario de la Casa Blanca, Anthony Fauci, sobre la pandemia, apuntan a un enfoque de la gobernanza en el que es decisivo el carisma del líder, no sus conocimientos.
El discurso de Trump, que rechazó aceptar los resultados de las elecciones que perdió y allanó el camino para los sucesos del 6 de enero, parecía poner en práctica las críticas de Yarvin a la democracia. Si bien Yarvin argumentaba que el sistema basado en el voto popular era irracional y que las decisiones debían ser tomadas por personas competentes, Trump tenía el planteamiento de „he sido elegido, pero no porque tenga la legitimidad del pueblo, sino porque soy justo“. Esta era una concepción de la política basada en el liderazgo personal, no en las instituciones, y un asombroso paralelismo con el modelo de Yarvin de un gobierno racional, jerárquico y libre de la influencia directa del pueblo.
Con la reelección de Trump a principios de 2025, el „Ministerio de Eficiencia Gubernamental“, dirigido por Elon Musk, inició una masacre en la burocracia federal, y más de 100.000 empleados públicos fueron despedidos. Los Ministerios de Vivienda y Desarrollo Urbano y de Educación fueron los más afectados; dichas purgas radicales siguen siendo objeto de inciertos procesos judiciales. El gobierno también decidió recortar miles de millones de dólares de financiación para proyectos sanitarios y de investigación. Es posible leer todos estos pasos como respuestas concretas a la idea de eliminar la pesada estructura burocrática y gestionar el Estado con una lógica corporativa más „eficiente“, tal y como defiende Yarvin.
Es posible ver trazos similares en las políticas económicas y tecnológicas. La intervención directa del Estado por parte de Trump al ignorar las reglas del libre mercado con aranceles nos recuerda mucho al sueño de Yarvin de un Estado actuando como un CEO. Por otra parte, que líderes del sector privado como Elon Musk desempeñen un papel activo en proyectos estatales y el protagonismo de personas consideradas „exitosas e inteligentes“ en lugar de políticos electos coinciden con la opinión de Yarvin de que las élites oligárquicas deben participar directamente en la gobernanza. En suma, a pesar de que Trump no ha mantenido los libros de Yarvin junto a su cama, sus prácticas parecen ser la personificación de estas ideas. Curtis Yarvin funciona de facto como el ideólogo de Trump entre bastidores.
Trump es un síntoma…
Las decisiones y planteamientos de Trump suelen ser explicados por su incoherencia, locura o populismo. No obstante, dichas lecturas se limitan a observar las olas en la superficie, mientras ignoran las corrientes más profundas. Con todo, quizá la forma más provechosa de entender las prácticas de Trump sea considerarlas no como desviaciones individuales, sino como síntomas de una transformación ideológica impulsada por figuras como Curtis Yarvin.
El modelo de „CEO-Estado“ que Yarvin defendió a nivel teórico ha sido y está a punto de ser puesto a prueba en la práctica bajo Trump: el desmantelamiento de las instituciones burocráticas, la centralización de las decisiones, la asunción de un papel político oligárquico por parte de los tecnócratas y los más ricos de las empresas, etc. Nada de esto es casual. Por el contrario, son ensayos reales de un modelo alternativo de gobernanza (Neorreacción), basado en el descontento generalizado de que la democracia liberal es „demasiado lenta, demasiado desorganizada“.
Es posible que Trump no haya formulado estas ideas teóricamente, pero su práctica ha abierto espacio a la visión neorreaccionaria de Yarvin sobre el terreno. Así pues, la cuestión no es lo „loco“, „poco visionario“ o „absurdo“ que sea Trump como líder. La cuestión es qué aspiraciones políticas y qué tendencias históricas reflejan sus prácticas. La idea de Yarvin presenta un imaginario político donde destaca una estructura oligárquica formada por élites designadas en lugar de representantes elegidos, eficacia en lugar de bien común y jerarquía en lugar de pluralismo. Y Trump se ha convertido en la cara más cruda, pero también la más visible, de este imaginario. Pero puede que no sea la última. Quién sabe cuántas otras personas esperan por ahí para hacer lo mismo…
En este punto, es necesario detenerse y cuestionar seriamente el concepto de „eficacia“. ¿Qué quiere decir eficiencia? ¿Para quién, para qué? Por ejemplo ¿se trata de éxito económico en un sistema gobernado por una estructura oligárquica de multimillonarios? Digamos que sí — pero ¿qué significa exactamente este éxito?
Pensémoslo: No existe un sistema social que funcione ni estructuras e instituciones educativas apropiadas. Pero hay un líder que se proclama „exitoso en la economía“. ¿Es éste el estado ideal que deseamos? ¿De verdad estamos hablando de un éxito que beneficie a todas las capas de la sociedad, o será un sistema que sólo favorezca a un puñado de oligarcas multimillonarios? Otro concepto sobre el que reflexionar es el siguiente: Continuidad. Es decir, ¿cuánto tiempo puede sobrevivir a largo plazo un modelo de Estado que sólo se centra en los resultados económicos? ¿Hasta qué grado puede ser sostenible un enfoque de gestión que ignore todo lo que no sean indicadores económicos?
Me gustaría terminar este artículo con otra pregunta: ¿Es la visión „posdemocrática“ de Yarvin una idea marginal o es una nueva realidad política a la que nos estamos viendo arrastrados paso a paso? Si esto último es cierto, la cuestión no debería centrarse únicamente en criticar a Trump. La cuestión verdadera es cómo podemos construir una línea democrática de defensa contra esta administración.