Müslüm KABADAYI
Escritor e investigador – TURQUÍA
El trabajo es muy valioso ya que permite al ser humano aportar productos a la vida natural mediante sus capacidades mentales y físicas. Para mantener una vida saludable, es importante que los productos que se incorporan a la naturaleza como resultado del trabajo se organicen de manera que no perjudiquen el curso de la vida y aporten valores positivos a las relaciones sociales desde el punto de vista ergonómico. La mano de obra, la energía, el tiempo y el espacio utilizados fuera de esta cualidad son el resultado del gran “orden de saqueo y destrucción”establecido por las fuerzas dominantes que, hasta la fecha, han explotado los recursos naturales y la mano de obra humana en aras del valor añadido. En la cúspide de este “desperdicio” se encuentra el “trabajo infantil”.
Tras la desintegración de la Unión Soviética y el colapso del bloque socialista a principios de la década de 1990, algunas personas que habían destacado en las organizaciones socialistas del pasado, en lugar de evaluar las causas de la desintegración mediante un método de crítica científica, se dedicaron a ensalzar el “Nuevo Orden Mundial” con el fin de menospreciar el “socialismo”. Según esta propaganda, en este orden, abreviado como NOM, no habría contradicción entre el trabajo y el capital, y la explotación y las guerras llegarían a su fin. Sin embargo, en esas mismas fechas, los conflictos en nuestra región se intensificaban, y el régimen de explotación y opresión también provocaba migraciones en Asia, África y América Latina. Resumiendo, si observamos la situación en la que se encuentra nuestro planeta tras 35 años, vemos que, en un mundo sin el bloque socialista, se han intensificado las guerras regionales y las masacres; el número de personas que emigran desde Asia, África y América Latina hacia los países europeos, Estados Unidos y Canadá ha aumentado progresivamente y se ha convertido en una tendencia. Las empresas de Estados Unidos, Alemania, Francia y el Reino Unido han trasladado sus fábricas a países que se han convertido en paraísos de mano de obra barata. Este fenómeno ha allanado el camino para que el “trabajo infantil” se utilice también como una forma de explotación generalizada.
Durante este proceso, Turquía experimentó el fenómeno de la migración interna y externa de una manera compleja. En la década de 1990, la migración interna desde las provincias del este y sudeste, especialmente en condiciones de guerra civil, se aceleró hacia las grandes ciudades. A partir de 2013, la intervención imperialista en Siria provocó la fragmentación del país, lo que llevó a millones de personas a emigrar. Esto fue seguido por migraciones desde Afganistán, Ucrania y países africanos. Por otra parte, los académicos, médicos y expertos en informática que no logran ganarse la vida en su país siguen emigrando a países occidentales. Entrevisté a 22 personas de Turquía que han realizado importantes trabajos en los campos de la ciencia, el arte, la literatura, la educación, etc., en países europeos, Inglaterra, Rusia y Australia, y recopilé las entrevistas en un libro titulado “Farklı Coğrafyalarda Üretenler” (Los que Crean en Diferentes Geografías). Considero relevante mencionar un punto importante que me llamó la atención en estas entrevistas. La gran mayoría de estas personas se vieron obligadas a emigrar a estos países tras el golpe militar fascista del 12 de septiembre, donde crearon un ambiente de solidaridad con otros inmigrantes forzados procedentes de diferentes países, participaron en producciones comunes y desarrollaron una cultura de convivencia. La colaboración de personas de diferentes culturas en la producción y su socialización cultural también crearon las condiciones para una “convivencia pacífica”. No obstante, dado que esta situación no se ha convertido en un sistema estatal o social, lamentablemente se ha alejado de ser una alternativa debido a las políticas hostiles de los últimos años.
Hablemos ahora de la situación actual en Turquía en lo que respecta al “trabajo infantil”… De acuerdo con las declaraciones del ministerio correspondiente, en 2024 el número de niños trabajadores no alcanzaba el millón, mientras que, según las declaraciones de quienes trabajan en este ámbito, el número de niños que trabajan, incluidos los niños migrantes, alcanzaba los 4 millones, especialmente durante la temporada de verano. La mayoría de estos niños no reciben educación. Especialmente en el caso de los trabajos de temporada en los campos de algodón, los huertos de avellanas y las plantaciones de té, los hijos de las familias que suelen trabajar durante el verano no sufren pérdidas importantes en materia de educación, sin embargo, aquellos que se ven obligados a seguir trabajando por motivos económicos, cuando llegan a la edad de cursar la enseñanza secundaria, en los últimos años han comenzado a asistir a la escuela un día a la semana como alumnos de MESEM y a trabajar cuatro o cinco días a la semana.
La clase capitalista, que afirma que “la formación profesional es una cuestión nacional”, redujo la calidad de las escuelas de formación profesional, especialmente tras la crisis de 2001, mediante el proceso de privatización de las fábricas, instalaciones e instituciones creadas con el modelo de desarrollo estatal de los primeros años de la República, es decir, mediante su cesión a holdings y empresas internacionales. El número de estudiantes que acuden a este centro ha disminuido progresivamente y algunos departamentos han cerrado. Ahora, con la apertura de los MESEM dentro de los polígonos industriales, están avivando aún más la explotación del trabajo infantil. Después de 25 años, el punto al que se ha llegado es que la inteligencia artificial y la digitalización se han vuelto cada vez más presentes en la vida cotidiana, mientras que la proletarización de los niños pobres también está aumentando. En este período en el que se está violando el “orden constitucional y legal” y se está desintegrando la solidaridad social, los problemas se multiplican como una bola de nieve, ya que los sindicatos, asociaciones y colegios profesionales que luchan de forma organizada para prevenir y resolver los problemas aún no han logrado presentarse como un frente unido en la escena histórica.
Es necesario llevar a cabo una lucha intensa en dos ámbitos para prevenir el “trabajo infantil”, evitar que los niños se vean apartados de su vida educativa y garantizar que puedan socializarse de forma igualitaria y libre. Primero, organizar una “solidaridad laboral” internacional que desmantele los mecanismos de guerra y explotación que provocan la “migración forzosa”. En segundo lugar, es necesario asegurar que todos los sindicatos, asociaciones y otras estructuras del ámbito educativo luchen conjuntamente por la difusión del derecho a la educación de forma gratuita y con base científica en todas las regiones.