/Democratización del derecho a la educación digital: recuperar nuestra soberanía tecnológica – Enrique Javier Díez Gutiérrez & Benjamín Mallo Rodríguez

Democratización del derecho a la educación digital: recuperar nuestra soberanía tecnológica – Enrique Javier Díez Gutiérrez & Benjamín Mallo Rodríguez

Enrique Javier Díez Gutiérrez
Profesor de la Universidad de León – ESPAÑA
Benjamín Mallo Rodríguez
Profesor de la Universidad de León (España) y Orientador en CentrosEducativos

Resumen
El negocio somos nosotros: extraer información del alumnado, convertir a los colegios en macrogranjas de datos e información comercializable sobre unos clientes presentes y futuros a los que se quiere fidelizar. La era digital se ha convertido así en otro capítulo más de la historia del capitalismo, que ha mercantilizado con afán de lucro la experiencia humana traduciendo los comportamientos a datos para, a partir de ellos, realizar predicciones que se compran y se venden.

Introducción
En 2020, debido a la pandemia del coronavirus COVID-19, se cerraron muchos centros educativos y se confinó a la población en sus domicilios.

Se inició así un proceso de reorganización de todo el sistema educativo para que millones de estudiantes pudieran continuar el proceso de enseñanza y aprendizaje a distancia, desde sus hogares. La docencia y la atención educativa presencial fue sustituida inicialmente por la enseñanza vía telemática y luego se ha quedado de forma complementaria.

Los centros y el profesorado tuvieron que improvisar, con los medios que tenían a su disposición: Utilizando sus propios ordenadores y medios desde casa; continuando a veces su docencia con el móvil y el whatsapp, o vía email; aprendiendo sobre la marcha cómo utilizar programas de videoconferencia y de trabajo en grupo online, utilizando la estructura “didáctica” impuesta por las plataformas tecnológicas, con escasos medios tecnológicos, poca formación en su uso didáctico, escasa experiencia en educación digital colaborativo en red y sin experiencias previas en las que basarse no fue nada fácil.

La educación a distancia multiplica la brecha digital, educativa y social
Lo primero que se constató fue la brecha digital: entornos familiares que les ayudaban cuando podían ante la prioridad de la enfermedad o el desempleo. Apañándose a veces con un solo móvil con pocos datos para acceder a plataformas complejas y vídeoconferencias imposibles.

Esta brecha digital se ve incrementada en las zonas rurales, que no disponen de conexión y mucho menos de banda ancha de alta velocidad y donde la población, no tienen recursos digitales y muchas veces habilidades digitales básicas.

Pero sobre todo lo ha sufrido el alumnado de zonas más vulnerables y con menos recursos que
– “carece de las condiciones materiales (tecnología, conexión a la red, espacio, temperatura, luz, etc.)
– de las herramientas culturales (habilidades pedagógicas, conocimiento del idioma, formación, etc.),
– del tiempo para acompañar el proceso educativo,
– de la estabilidad emocional (por problemas económicos, de salud, habitacionales, etc.)
– incluso los recursos alimentarios esenciales y necesarios para poder atender a aprender”,
– pero tampoco tienen un “capital cultural” y un “lenguaje académico” vinculado a la cultura escolar académica tradicional.

La brecha digital se suma a la brecha económica, a la brecha social y a la brecha digital de segundo orden ampliando todavía más la desigualdad educativa.

La brecha digital de segundo orden hace referencia al distinto uso de la tecnología según la clase social: el alumnado de familias con menos recursos económicos y culturales tienden a pasar más tiempo ante el ordenador y en la red que sus compañeros de clase media y alta, culta y escolarizada, etc., pero haciendo un uso más indiferenciado, consumista y pasivo (centrado en videojuegos como fornite, en plataformas como tiktok, Twitch, BeReal, o en seguir a youtubers, los nuevos ídolos adolescentes); mientras que los jóvenes de clase alta, al tener acceso a una oferta más amplia de actividad cultural y de ocio alternativo y tener entornos familiares con más recursos y capital cultural para controlar y orientar lo que hacen estos ante las pantallas haciendo un uso más variado, selectivo y formativo de la tecnología y las redes. El capital cultural influye poderosamente en las expectativas, el apoyo, la motivación, la constancia, etc. de ese alumnado.

La tecnología no es pedagogía
La experiencia nos indica que educar a través de una pantalla no es educación. La escuela es el espacio donde se trabaja la igualdad de oportunidades, se desarrolla la educación integral e inclusiva, se opera el proceso de socialización y se combate el fracaso escolar. El profesorado ha de formarse y actualizarse con la tecnología, pero no para sustituir la presencialidad sino para enriquecerla, porque la modalidad online no es educación, sino más bien información y en todo caso instrucción, como ha mostrado exhaustivamente el director de investigación en el Instituto Nacional de la Salud y la Investigación Médica de Francia, Michel Desmurget, en su libro “La fábrica de cretinos digitales” (2019).

En este best seller demuestra que la tecnología crea serias hipotecas en el aprendizaje y no debemos confiar la educación a ella. Las investigaciones, como documenta Michel Desmurget, demuestran que la educación con tecnología no es mejor, ni disminuye la tasa de abandono escolar, ni mejora la tasa de estudiantes que acaban con éxito la etapa de escolarización obligatoria y, en cambio, puede tener efectos negativos. Especialmente la sobreexposición a las pantallas y sus efectos en la salud neurológica de los niños y su desarrollo cognitivo. Los estudios indican que los niños menores de seis años aprenden a través de las relaciones interpersonales y las experiencias sensoriales, por lo que no tiene sentido ofrecerles contenidos online en esa franja de edad. Es más, hay una relación entre el consumo de pantallas en edades tempranas y la inatención, la impulsividad, la disminución del vocabulario, el déficit de aprendizaje, las adicciones, y problemas de vista, trastornos del sueño, … Hay un estudio que demuestra que por cada hora diaria de pantalla en menores de tres años aumenta un 10% la probabilidad de sufrir inatención con siete años. Esto está relacionado con que los dispositivos imponen a los niños que los usan ritmos frenéticos, músicas estridentes, luces, colores…, una sobreestimulación constante y los pequeños se vuelven inquietos, ansiosos y se aburren en los ritmos más lentos que ofrece la realidad o la escuela. La Sociedad Canadiense de Pediatría y la Academia Americana de Pediatría recomiendan que los niños de menos de dos años no vean nada de pantallas y los de dos a cinco años, menos de una hora al día. (…)

Las pantallas no son escuelas
Nadie cuestiona el valor de la educación online como una herramienta complementaria a la educación presencial. Pero está claro que un modelo de educación online fuera de la escuela no puede sustituir a uno presencial, especialmente en las etapas de infantil, primaria y secundaria obligatoria. El contacto, la relación directa, la comunicación, la interacción, la convivencia y la emoción son claves y esenciales en el proceso de enseñanza y aprendizaje de este periodo de la vida.

La educación es un asunto humano, no tecnológico. No hay cursos en línea que enseñen cohesión social, convivencia, democracia, justicia social o empatía. No basta con introducir „cacharrería tecnológica“ en las aulas como si eso constituyera la solución o la innovación en la educación.

Hemos comprobado con la pandemia que la educación online a distancia sólo resuelve problemas para quien no tiene problemas, es decir quienes tienen ganas de aprender, son ya autónomos y tienen un entorno familiar favorable. Para los demás, nunca se podrá competir con los videojuegos y las series de Netflix. Las tecnologías deben ser un complemento de las pedagogías, no confinar o subordinar las pedagogías a las tecnologías

La innovación sería menos tecnología y más pedagogía
El pleno derecho a la educación se garantiza no con cacharrería tecnológica, sino con tres decisiones políticas. La primera, reducir las ratios escolares para poder desarrollar una educación inclusiva (20 estudiantes por grupo-aula en educación primaria y secundaria; 15 en 2º ciclo de Infantil, y 30 estudiantes por aula universitaria). La segunda, aumentar proporcionalmente y estabilizar el número de profesorado requerido para ello y dotación del personal necesario limpieza, educación social, orientación, administración… La tercera, y más importante, destinar “cantidades escandalosas” de financiación a la educación pública, para que las anteriores medidas sean posibles. En vez de destinarla a gasto militar o rescatar bancos y financieras.

GAFAM y BigTech
Pero otro aspecto que se trata muy pocas veces es, las grandes multinacionales tecnológicas, aprovecharon la ventana de oportunidad de la pandemia para asaltar la educación pública.

La Big Tech o GAFAM, los gigantes tecnológicos norteamericanos, como Google, Amazon, Facebook, Apple y Microsoft, con su relato de modernización de una educación anclada en el siglo pasado están impulsando su asalto definitivo a la educación, que proclama la imperiosa necesidad de la colaboración público-privada para gestionar la educación del futuro y convertirla en un espacio de negocio, en un nuevo nicho de mercado en expansión del capitalismo. Exigen una nueva gestión híbrida (público-privada: parasitación de lo público a manos del sector privado) bajo el control de una supuesta “innovadora” tecnología digital educativa controlada por … ¿quién?… por las corporaciones privadas de la Big Tech. Que nos presiona constantemente a comprar más productos, de gamas cada vez más altas, lo que contribuye a aumentar no solo la dependencia sino también a aumentar aún más las desigualdades entre los estudiantes y las familias.

Multimillonario negocio en expansión
El Washington Post publicó un informe en febrero de 2017 del fondo de inversión del banco IBIS, con sede en la City de Londres, donde se decía que las reformas educativas, impulsadas por las fuerzas del mercado durante más de una década era una forma de hacer mucho dinero. Según los datos publicados, el “Mercado de la Educación” estaba moviendo en el mundo unos 4,4 billones de dólares y se esperaba un fuerte crecimiento en los próximos 5 años. El informe destacaba que el sector que más rápido crecía era el e-Learning, en el que se esperaba un crecimiento de un 23% ese año y progresivamente de forma exponencial. Una de las razones aducidas para este rápido crecimiento, según el informe, era “la caída de la financiación pública de la educación en todo el mundo, dejando espacio a las empresas privadas para moverse”.

Piensen en el negocio: El coste de cada sistema operativo, al que hay que sumar cada licencia para estudiantes, que inicialmente se ofrece de forma gratuita hasta generar demanda y clientes suficientes (y luego se ofrece el ascenso a la opción “pro” con costes mensuales añadidos), lo cual suma cientos de millones de euros cada año. Si a esto le sumamos otros costes de licencias de programas de videoconferencias, de elaboración de presentaciones, plataformas de trabajo, el antivirus que es indispensable para sistemas operativos privativos (e innecesario por regla general para el software libre) y que demanda pagar actualizaciones periódicas que siguen sumando a la cuenta de beneficios de las multinacionales, además otras muchas apps o aplicaciones de uso habitual, muchas de ellas muy caras. Y no es despreciable el coste añadido para el mantenimiento que requiere Windows y que seguimos pagando con el dinero público.

Este proceso está provocando un cambio en las prácticas educativas de forma generalizada, generando una ‚pedagogía de emergencia‘ definida por estas plataformas en manos de la EdTech. Sin embargo, a pesar del aumento constante y la ubicuidad de las plataformas de educación digital, sigue siendo escasa la investigación educativa que adopte una mirada crítica hacia dichas plataformas, hacia el proceso de datificación y extracción de información, así como el cambio performativo que producen.

Solucionismo tecnopedagógico
El cambio que se está constatando está ligado a ese relato de solucionismo tecnopedagógico. Con la excusa de la ‚innovación pedagógica‘, movilizan campañas de marketing viral que anuncian cambiar y re-evolucionar la educación, utilizando el mantra de adaptarla al siglo XXI y a las demandas del mercado futuro, automatizando los procesos y abaratando costes a través de sustituir docentes por algoritmos que sabrán antes que nosotros mismos lo que vamos a hacer. No es que estén vigilando nuestro futuro, sino que están condicionando nuestro presente para que, llegado el momento, nos comportemos tal como imagina quien diseña ese futuro.

“¡Solo queda un mes y ya somos más de 15.000 asistentes! Batiendo récords de inscripciones”. Así me llegó por correo electrónico el anuncio de la convocatoria para el encuentro “Virtual Educa Connect” denominado “Reset Educativo: Ecosistemas Digitales para el Desarrollo Humano”. Encuentro virtual con sesiones sobre Edtech centradas en “innovación en educación”, “nuevos contextos y demandas educativas”, “iniciativas de impacto”, etc. y destinado a los “educadores del siglo XXI” tras el coronavirus, con el fin de “revolucionar” la educación.

Los títulos de las conferencias eran significativos: “El modelo Flipped Learning como base para el sistema educativo mixto pospandemia” del Ministro de Educación de la Provincia de Misiones, Argentina; “Be TalentSTEAM” del Director General de la Fundación Altran para la Innovación; “Soft Skills, habilidades y competencias para afrontar la Cuarta Revolución Industrial (4RI)” de la Vicerrectora Académica Nacional de Areandina; “O-City.org: Impulsando la Economía Naranja a través de la Educación” del Director de la Cátedra de la Innovación de la UPV o “El papel de las aceleradoras en la innovación digital de ámbito educativo: como apoyar e impulsar las startups” del Director de SEK Lab Edtech Accelerator.

En este encuentro, explican, se aborda cómo aplicar al ámbito educativo la Inteligencia artificial [AI] y Big Data, el Internet de las Cosas [IoT], las Cadena de bloques [Block Chain] o la computación en la Nube [Cloud Computing]. Está auspiciado por Microsoft, Pearson, Intel, IE Business School, el Banco Mundial, la OCDE y muchos de los grandes del partenariado corporativo en el ámbito educativo.

Este puede ser uno de los múltiples ejemplos que florecen como los campos en primavera, en estos tiempos de pandemia y confinamiento. La educación digital se vende como la “nueva salvación” por los gurús de la EdTech a raíz del COVID-19. El Big Data, la Inteligencia Artificial (AI), las plataformas digitales y la nube nos traerán la modernización de una educación anclada en el siglo pasado, proclaman en este reeditado “relato salvador” del solucionismo tecnológico como panacea para la educación. Los grandes patrocinadores de la EdTech están impulsando así su asalto definitivo a la educación, impulsando una gobernanza híbrida que proclama la imperiosa necesidad de la colaboración público-privada para gestionar la educación del futuro.

Políticas educativas digitales
Vemos así cómo los datos digitales, el código y los algoritmos del software se mezclan con determinadas agendas políticas relacionadas con la gobernanza educativa, intereses comerciales de grandes conglomerados, ambiciones empresariales de fondos de capital riesgo y objetivos de negocios con marketing filantrópico, que destinan ingentes cantidades de inversión económica para crear nuevas formas de entender e imaginar la educación e intervenir en ella, como si fuera un nuevo nicho de mercado y de expansión del capitalismo (Fleming, 2016; Haddad & Reckhow, 2018). Si en sus manos están ya los medios informales de construcción del pensamiento colectivo (Netflix, Walt Disney, Fox, MTV, etc.) se trata de controlar también los medios formales de socialización de las futuras generaciones y explotar un gran negocio que mueve muchos miles de millones de dólares anuales.

El nuevo eslogan neoliberal en la gestión educativa reza así: “la nueva política sigue la innovación privada en la gestión de lo público”. Privatización vestida de innovación. Es la reedición del clásico partenariado o gestión conjunta pública-privada, donde el sector público se acaba convirtiendo en nicho de extracción y obtención de beneficio del sector privado. Pero que ahora, en este relato postmoderno reeditado, se le remoza y se le da una capa de barniz, planteando que de lo que se trata es de tomar las decisiones “conjuntamente”, orientar las políticas y decisiones de lo público desde los “principios innovadores de lo privado”, con la participación directa de los adalides “cualificados” de la sociedad civil, los nuevos filántropos del capitalismo (mecenas, bancos, fundaciones, fondos de capital riesgo…) que ya probaron su valía triunfando en la gestión del capitalismo y ahora quieren y exigen aplicar sus recetas en lo público y orientar su gestión adecuadamente.

Capitalismo digital al asalto de
la educación pública
Lo hemos comprobado incluso en la nueva ley educativa española, la LOMLOE. El artículo 122 promulga que los centros públicos podrán “obtener recursos complementarios”. Este punto supone la posibilidad de captación de fondos privados “complementarios” para la educación pública, dando por supuesto la infrafinanciación pública de los centros educativos. Abre así la puerta a los patrocinios, el partenariado, los sponsors, la “colaboración público-privada”, para convertir la educación en un espacio de negocio de una nueva gestión híbrida público-privada bajo el control de una supuesta “innovadora” tecnología digital educativa controlada por la Big Tech.

De hecho, esta nueva Ley consigna lo que ya ocurre de facto, mediante acuerdos de colaboración, con La Caixa, la Fundación Bofill o, recientemente, Amazon. Es más, no contempla en ningún momento mecanismos para frenar a la Big Tech o GAFAM, los gigantes tecnológicos norteamericanos, como Google, Amazon, Facebook, Apple y Microsoft que han invadido con sus plataformas todo el espacio público educativo. Se está dejando en manos de estas plataformas hegemónicas la información del alumnado, la extracción masiva de sus datos (el oro blanco del siglo XXI). Dejando morir las plataformas de código abierto y públicas construidas por el profesorado y las comunidades educativas como Guadalinex o la de Extremadura.

El capitalismo digital quiere el control y el dominio de las últimas fronteras de lo público que le quedan por conquistar: nuestra información en forma de datos para predecir comportamientos, un bien común y esencial. Datos que extraen y venden las Big Tech, terratenientes neofeudales de la nueva economía digital que siguen con la centenaria lógica extractivista, capitalista y colonial de extraer y acumular el oro del siglo XXI (nuestra información) y que se están haciendo con el control de nuestra soberanía digital.

El negocio somos nosotros
El negocio somos nosotros: extraer información del alumnado, con el fin de convertir a los colegas en una fábrica de datos e información comercializable sobre unos clientes presentes y futuros a los que se quiere fidelizar. La era digital se ha convertido así en otro capítulo más de la historia del capitalismo, que ha mercantilizado con afán de lucro la experiencia humana traduciendo los comportamientos a datos para, a partir de ellos, realizar predicciones que se compran y se venden.

Por eso, para “asaltar los cielos” habría que empezar por socializar la nube y desarrollar infraestructuras digitales públicas, es decir, poner en manos del común los nuevos medios de producción digital, que diría el viejo Marx, para avanzar hacia la “socialización de los datos” como bien público y hacia la democracia digital. Si Internet es esencial para muchas cosas en nuestras vidas, como lo es claramente, ¿no debería tratarse como un bien común de utilidad pública sin fines de lucro? Es decir, debemos avanzar hacia el postcapitalismo o socialismo digital que proponen Mason o Morozov. Y la educación tiene un papel crucial en ello.

Por eso, para “asaltar los cielos” habría que empezar por socializar la nube y desarrollar infraestructuras digitales públicas, es decir, poner en manos del común los nuevos medios de producción digital, que diría el viejo Marx, para avanzar hacia la “socialización de los datos” como bien público y hacia la democracia digital. Si Internet es esencial para muchas cosas en nuestras vidas, como lo es claramente, ¿no debería tratarse como un bien común de utilidad pública sin fines de lucro? Es decir, debemos avanzar hacia el postcapitalismo o socialismo digital que proponen Mason o Morozov. Y la educación tiene un papel crucial en ello.

1 Contracción en inglés de “Tecnología educativa”.
2 EdTech UK fue impulsado por Boris Johnson, entonces
alcalde de Londres y actual primer ministro Británico,
con la ayuda del Ministerio de Economía y una coalición
privada de empresas del sector tecnológico, para
“contribuir a acelerar el crecimiento del sector de la
tecnología educativa del Reino Unido” asegura extraordinarios
beneficios en un “mercado amplio y rentable”.
Fue constituido por la Education Foundation, think
thank que colabora con el Departamento de Educación
y la Secretaría de Estado de Educación, y desarrolla una
red de asociaciones corporativas con Facebook, IBM,
Pearson, HP, Randstad Education, Cambridge University
Press, McKinsey, Skype, Sony, Google y Samsung.
3 El sector „edTech“ alcanzará los 10 billones de euros
en 2030. En 2018, ya marcó un récord: 8.200 millones,
en comparación con los 1.400 millones invertidos en
2014, según un informe de Barclays sobre la EdTech
(García, 2019).