Lester Cabrera / Marco Méndez
FLACSO, Ecuador / UNA, Costa Rca
América Latina continúa celebrando los bicentenarios de la independencia de sus países, y pese a que algunos ya lo conmemoraron a comienzos del 2010, la gran mayoría de ellos afi anzaron su libertad hace aproximadamente 200 años, contando desde el presente. Esta coyuntura nos plantea una oportunidad para refl exionar en cuanto a las democracias latinoamericanas, la debilidad en términos del desarrollo, las brechas sociales y la fragilidad de las instituciones políticas para dar respuestas integrales.
Podría decirse que los temas apuntados anteriormente son tensiones que tienen un carácter estructural, porque condicionan el devenir de las sociedades y a la vez, han sido un factor explicativo de su situación. Ello ha conllevado a que se naturalicen las dinámicas de violencia en la región, que se expresan no solamente mediante lo físico, sino que en sus raíces más profundas se vincula con las fracturas sociales y económicas que determinan los modos de convivencia, como por ejemplo, la inequidad en el acceso a la educación, la pobreza extrema, la inseguridad y la corrupción, por mencionar algunos.
En términos del primer reto señalado, respecto de la condición democrática de las sociedades latinoamericanas, debemos llamar la atención de que en el ámbito global y regional emergen y se consolidan liderazgos de carácter populista. Este tipo de liderazgo tiene capacidad para movilizar masas de votantes afi nes a una visión que se plantea como parcial y sesgada, al basar los discursos políticos mediante fracturas entre los buenos y los malos, siendo que la cara del enemigo común varía en función de la audiencia: desde la oposición ideológica, hasta grupos sociales que luchan por la diversidad sexual, étnica y cultural; gremios que defi enden derechos laborales o la misma posibilidad de la inclusión social de las personas migrantes.
Los gobiernos populistas consisten en una amenaza debido a que deniegan derechos a grupos vulnerables amparados en la opinión de mayorías, lo cual se opone a los derechos humanos y a la convivencia democrática. Además de ello, este tipo de liderazgo suele expresar su vigorosidad mediante la imposición de las políticas, lo cual riñe con la división e independencia de los poderes así como la alternancia en la administración de lo público. No se restringe a una afi liación política, encontrándose en todo el espectro, desde la izquierda a la derecha.
El segundo elemento que se desea retomar se vincula con la persistencia de la pobreza extrema, y más allá, con la dinámica de la exclusión social que continúa caracterizando buena parte de las sociedades latinoamericanas. La exclusión social ocurre cuando ni el Estado ni el mercado, son capaces de dar respuestas de empleo, educación, salud, y en general equidad en una sociedad. Usualmente, en la experiencia latinoamericana muchos cambios sociales necesarios no se dan por el vínculo entre las élites y las clases gobernantes, que bloquean reformas que pueden mejorar las condiciones de dignidad de la vida humana, por ejemplo, políticas vinculadas con la igualdad de género, con la dignifi cación de las condiciones laborales e incluso, con mayores estándares ambientales.
Si bien algunas economías latinoamericanas han denotado progresos en términos económicos, la fragilidad del tejido social continua siendo una tensión estructural, lo cual a su vez se expresa en otras facetas, por ejemplo, en el acceso a la educación al darse un efecto en el cual las clases más acomodadas asisten a unos tipos de centros escolares, mientras que las clases más desfavorecidas a otros con menores calidades, perpetuando la desigualdad, y a la vez, consistiendo en una amenaza para la movilidad social, la convivencia y la pluralidad.
En relación con el último aspecto, a pesar de existir esfuerzos históricos en el ámbito americano para generar reglas que permitan la consolidación y la permanencia de los regímenes democráticos, se sabe de su fragilidad, lo cual está relaciona con aspectos como el populismo, con la primacía de intereses particulares sobre los colectivos, y con el desgaste de la legitimidad de los sistemas electorales y los partidos políticos, que pueden propiciar intentos de cambio mediante la imposición, como ocurre en toda la región, desde Centroamérica hasta el Cono Sur.
Estos procesos erosionan la capacidad de los países para responder a las demandas ciudadanas, además de desgastar la confi anza y la lealtad depositada en el juego democrático así como en las personas electas para cargos públicos, quienes al parecer, no estarían cumpliendo con el objetivo y función para las que fueron asignadas. A nuestro entender, puede ser que se tenga también una comprensión limitada de la democracia, limitándose a la emisión del sufragio cada cierto tiempo, y no velándose por el cumplimiento de los compromisos asumidos y mejorándose la vivencia de los derechos humanos en la cotidianeidad.
El bicentenario debe pensarse como una oportunidad para que, mediante el liderazgo de la ciudadanía, y con un enfoque centrado en la convivencia democrática y la vigencia y promoción de los derechos humanos, se empiecen a consolidar los cambios estructurales que puedan generar más igualdad, y que en nuestro criterio pasan por el fortalecimiento democrático, la lucha contra las persistentes desigualdades estructurales, y la transparencia como antesala para el fortalecimiento de la legitimidad de las instituciones. Además de ello, el bicentenario demanda mayor liderazgo de América Latina en temas globales, como por ejemplo, la búsqueda de mayores compromisos ambientales y con la sustentabilidad de la vida humana para ésta, y las próximas generaciones.