Marco Jean Paul Apaza Gonzales
Sec. de Medio Ambiente OCLAE, Asesor Principal FEP – PERU
José Pedro Castillo Terrones, el hombre que ganó las elecciones generales de la República del Perú y que desde el 29 de julio dirige al país. El hombre que, escondido en Palacio de Gobierno, se niega a reconocer la realidad, y degenera hacia lo peor de las alternativas de todo estadista: la represión.
Desde que asumió el Gobierno no existe un camino claro, algunos tildaban de un régimen comunista, otros de un gobierno moderado de socialdemocracia, al final terminó siendo un gobierno de advenedizos con investigaciones por corrupción, al menos en su círculo más cercano.
Como he dicho en artículos anteriores, es una costumbre nacional tener crisis e inestabilidad política. Los golpes de estado son tan recordados como los goles de la Selección de Fútbol, es parte de nuestra identidad ofrecerle el país a caudillos que terminan traicionando a todos.
La gran diferencia es que, esta vez y quizá no vuelva a ocurrir en décadas, una propuesta de izquierda que ganó democráticamente, con todo en contra. Con todos los poderes fácticos en oposición, lo cual es un gran mensaje que deberían interpretar los poderosos.
Ganó un sentimiento nacional, el descontento a las pérdidas humanas y económicas en la pandemia. Ese dolor se llegó a encausar en protesta, en indignación, en voluntad de cambio, que se refl ejó en las urnas. Todo ello perdido por el hombre de Sombrero Chotano que ensució su tierra.
Sus errores, algunos investigados por considerarse eventuales delitos, son tantos que no puedo resumirlos. En un esfuerzo de síntesis mencionaré algunos: corrupción, designaciones sin idoneidad, incumplimiento de promesas, generación de expectativas imposibles.
Yo le dije, le dijimos, cuando conversamos con él fuera de cámaras, que era imposible el cumplimiento del 10% del PBI para educación, que era mejor que manejase el 6% que era lo estudiado por los gremios y sindicatos con anterioridad. Con necedad nos dijo que sí se podía.
Hoy cuando se dió cuenta que es imposible, plantea un incremento tan reducido que no alcanza una cifra porcentual, nos dice que se va mejorar cuando tenga estabilidad política, y acto seguido pone las bases para un nuevo conflicto social. Es un autosabotaje permanente.
Yo creo que es por falta de capacidad, de conocimiento y experiencia, pero esto se agudiza cuando se rodea de su cúpula sindical y paisanos que dirigían colegios o arreglaban parques, y que ahora son ministros o proveedores del estado. Progreso sí, pero a costo de millones de peruanos.
No se trata de cambiar de opresores, de la derecha blanca a la izquierda mestiza, para que siga la rueda del estado aplastando a los ciudadanos. No se trata de eso, se trata de transformar la realidad. No importa el color de piel de los que nos lleven a esa meta, sino de los objetivos.
No tendría problema de votar por un peruano de origen extranjero y de apellido compuesto, por un quechua hablante de las punas o un limeño de costumbres occidentales, siempre y cuando cumpla el programa de cambio que tenemos postergado de hace siglos.
Y así acaba su primera experiencia de gobierno, con protestas que recorren el país más que cualquier político, con quemas de buses, saqueos en centros comerciales. Violencia generada por la pandemia, claro que sí, pero también por la incompetencia de su Gobierno.
Se sabía que los meses de aislamiento social obligatorio tendría consecuencias en la economía, sabíamos que esto necesitaba estrategia política y planificación estatal, pero se repartieron los ministerios a las bancadas en el Congreso, que muy contentos aceptaron.
La podredumbre de la política peruana llega a su cima y no diferencia entre ideologías. Su miseria nace y muere en la representación formal en el Congreso. Que se habla de democracia y salgan a la palestra para reclamar espacios de poder, aprovechándose de la situación.
Un efecto surrealista, que creo no tiene precedentes en América Latina, salvo en Chile, son las protestas de los ricos, que en camionetas y con consignas en perfecto inglés, pretenden conectar con las demandas populares. Un espectáculo patético que se multiplica.
Hoy, por ejemplo, se hizo un cacerolazo en los distritos más pudientes de Lima. Habría que explicarles a los vecinos residenciales, que el cacerolazo es un reclamo a la falta de comida, y creo que en Las Casuarinas si hay centros comerciales. Es una falta de respeto a la gente que sí pasa hambre.