/¿Qué es lo que la naturaleza de la guerra en Oriente Medio debe enseñarnos? – Beranger HOULONON

¿Qué es lo que la naturaleza de la guerra en Oriente Medio debe enseñarnos? – Beranger HOULONON

Beranger HOULONON
Unión Nacional de Escuelas y Estudiantes de Benín (UNSEB)

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El Oriente Medio ha sido durante décadas un trágico escenario en el que la violencia se manifiesta en su forma más cruda, tenaz y compleja. Pocas veces ha habido una región que concentrara tanta tensión, sufrimiento, luchas por la influencia y identidades entrelazadas. Sin embargo, más allá de las imágenes de ruinas, los sonidos de las bombas y los llamamientos a la venganza, hay una verdad más profunda y difícil de afrontar: la guerra en Oriente Medio no es simplemente una sucesión de conflictos. Es un espejo que magnifica los defectos de nuestro mundo. Esto nos empuja a considerar la violencia de otra manera, a cuestionar no solo sus causas inmediatas, sino también sus raíces profundas, sus mecanismos invisibles, sus justificaciones a veces hipócritas y sus repercusiones globales.

Creer que esta violencia es solo el resultado de un simple antagonismo religioso o étnico sería simplista. También sería simplista verlo solo como un choque de intereses geopolíticos entre potencias rivales. En realidad, la guerra en Oriente Medio es de naturaleza híbrida: moderna y arcaica, interna e internacional, ideológica y económica. Proviene de las ruinas que dejaron los imperios, se nutre de las cicatrices del colonialismo, se aviva bajo los efectos de la pobreza, la ignorancia y la represión política, y encuentra poderosos altavoces en narrativas religiosas instrumentalizadas.

Una de las primeras lecciones que nos enseña esta realidad es el fallo de las soluciones impuestas desde fuera. Tanto en Irak como en Afganistán o Libia, la intervención militar llevada a cabo en nombre de la democracia, la seguridad o los derechos humanos ha profundizado en muchos casos las fracturas en lugar de sanarlas. Las potencias occidentales, impulsadas a menudo por cálculos económicos o estratégicos, creían que podían redibujar los mapas y los sistemas políticos de países con realidades profundamente arraigadas, sin comprender su tejido histórico, cultural o social. El resultado: estados destruidos, sociedades desintegradas y un terreno fértil para el radicalismo. Por lo tanto, Oriente Medio sigue recordando al mundo que la paz no se puede llevar con misiles, igual que la democracia no se puede imponer a punta de fusil.

Sin embargo, esta guerra también es una guerra de narrativas. Cada protagonista, cada campo, cada facción presume de defender una verdad, una causa justa, una memoria herida. Las narrativas históricas, las humillaciones colectivas, las desilusiones poscoloniales se convierten en combustibles para la identidad. De este modo, la violencia se vuelve un lenguaje, una respuesta definitiva cuando todas las demás vías han sido bloqueadas. Esta es la razón por la que los conflictos en Oriente Medio nunca son meros enfrentamientos armados. Son estallidos de ira acumulada, ajustes de cuentas aplazados, luchas por el reconocimiento, por la dignidad, por la propia existencia.

La otra lección fundamental es la importancia del factor humano. Los análisis geopolíticos suelen pasar por alto a los pueblos. Después de cada guerra, quedan familias desplazadas, niños traumatizados, mujeres maltratadas y jóvenes privados de futuro. El conflicto en Yemen, por ejemplo, se ha convertido en una de las peores crisis humanitarias de nuestro tiempo, pero sigue siendo ignorado en gran medida por el público en general. Este silencio, este desinterés selectivo, revela mucho sobre cómo ciertos sufrimientos se consideran más ‚visibles‘ que otros. Oriente Medio nos reta a considerar moralmente que todas las vidas humanas son igualmente valiosas, independientemente de su origen o religión.

La naturaleza de la guerra en esta región también nos enseña el peligro de las identidades cerradas, fijas y excesivamente movilizadas. La división entre suníes y chiíes, por ejemplo, es más política que teológica. Se utiliza para satisfacer ambiciones nacionales o regionales, para crear bloques, lealtades y justificaciones para la injerencia. Desde Siria hasta Irak, desde Líbano hasta Baréin, la identidad religiosa se convierte entonces en un arma, una frontera invisible pero despiadada. El mundo debe sacar una lección universal de esto: cuando se reduce al individuo a un simple miembro de un grupo, se abre la puerta a todas las formas de exclusión, a todas las formas de violencia.

Pero en esta guerra también hay resistencia. Una voz diferente. La de los pueblos que se niegan al fatalismo, que se rebelan contra las dictaduras, que desafían las bombas para reconstruir, para educar, para volver a amar. Poetas iraquíes que escriben entre dos cortes de electricidad, médicos sirios que operan en sótanos, madres palestinas que enseñan a sus hijos a tener esperanza a pesar de la ocupación. Son los verdaderos héroes de esta región: aquellos que resisten el odio, el olvido y la fragmentación.

Finalmente, la guerra en Oriente Medio nos recuerda a todos una verdad fundamental: la paz es un esfuerzo a largo plazo, una tarea delicada, un compromiso moral. No se puede lograr sin justicia, sin equidad, sin escuchar. Requiere apartarse de las lógicas de dominación y dejar de considerar ciertas zonas como terrenos para la experimentación militar o económica. Exige que las grandes potencias dejen de lado su hipocresía, que las élites locales renuncien a su arrogancia y que la gente participe de verdad en los procesos de toma de decisiones.

Por último, la naturaleza de la guerra en Oriente Medio no solo nos enseña lo que es la violencia. Esto también nos enseña lo que es la indiferencia, lo que es el olvido y lo que es la esperanza frustrada. Pero también nos recuerda que la esperanza sigue viva, que las voces de la paz pueden emerger de entre los escombros, que la humanidad aún es capaz de reconciliarse. Si el mundo escuchara de verdad a esta región, no como un campo de batalla lejano, sino como una llamada urgente a la reflexión, tal vez las lecciones de la guerra se convirtieran por fin en semillas de paz.