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SALARIO Y DIGNIDAD – Cuando la dependencia económica suspende los derechos humanos – DANIEL NĂSTASE

DANIEL NĂSTASE
National Federation of Culture and Media Unions CulturMedia • Legal Adviser • ROMANIA

„¿Acaso el ser humano, sometido a la dependencia salarial, no está ya desconectado de los derechos humanos?“. Esta pregunta, que es más filosófica
que puramente legal, tiene el mérito de poner en el centro de nuestra atención un conflicto fundamental del mundo moderno.

Por un lado, el trabajo es uno de los pilares de la dignidad y del progreso individual y social. Por otro lado, la forma predominante del trabajo —la relación laboral basada en un salario— entraña una dependencia que, en determinadas condiciones, puede menoscabar la propia noción de derechos fundamentales.

Partamos de lo básico. El pilar fundamental de la dignidad humana en el contexto laboral está consagrado al más alto nivel. La Declaración Universal de Derechos Humanos, en su artículo 23, estipula que „toda persona tiene derecho al trabajo, a la libre elección de su trabajo, a condiciones justas y satisfactorias de trabajo“ y, lo que es más importante, a „una remuneración equitativa y satisfactoria que le asegure, así como a su familia, una existencia conforme a la dignidad humana“. Este principio tiene su eco y se ve reforzado por innumerables tratados, pactos internacionales (como los de la Organización Internacional del Trabajo) y, a nivel europeo, en casi todas las directivas que regulan las relaciones laborales.

Por ello, con un punto de vista normativo, un salario no es un simple precio pagado por una cantidad de trabajo. Se considera una herramienta para alcanzar la dignidad humana, un puente entre el esfuerzo realizado y una vida digna..

La pendiente resbaladiza:
Desde el contrato hasta la dependencia
El problema se presenta cuando el equilibrio contractual —en teoría, un acuerdo de voluntades entre partes guales— se transforma en una dinámica de poder desequilibrada. El empleado, por su propia naturaleza, se encuentra en una posición de subordinación legal respecto al empleador. No obstante, en el momento en que a esta subordinación se le suma una dependencia económica estricta, el ser humano corre el riesgo de convertirse en un simple recurso, un factor de producción.

La dependencia salarial pasa a ser un problema cuando el empleado, por miedo a perder su única fuente de ingresos, empieza a renunciar, de manera tácita o explícita, a derechos que deberían ser inalienables:

• El derecho a la salud y la seguridad: ¿Cuántos empleados aceptan condiciones de trabajo arriesgadas o un ritmo de trabajo agotador que conduce al cansancio extremo por miedo a ser despedidos? A este respecto, las directivas europeas sobre salud y seguridad en el trabajo constituyen un mecanismo de
• El derecho a la vida privada y familiar: En el mundo laboral, la presión por estar constantemente „conectado“ para responder correos electrónicos y llamadas fuera del horario laboral desdibuja la línea entre la vida profesional y la personal. El derecho a conectarse, un concepto cada vez más debatido a nivel europeo, es una respuesta directa a esta erosión de un derecho fundamental.
•Libertad de expresión: En un ambiente laboral tóxico en el que predomina el miedo a las represalias, un empleado puede censurar sus opiniones, ideas o críticas constructivas. De esta forma, dejan de ser colaboradores y se convierten en ejecutores silenciosos, y la creatividad y la innovación son las primeras víctimas.
• El derecho a la dignidad: En el momento en que un empleado acepta un trato humillante, acoso o lenguaje inapropiado por parte de un superior por miedo a no poder pagar su hipoteca o alquiler, la dependencia salarial ya ha nulificado un derecho humano fundamental.

Buena fe:
El salvavidas de la dignidad
La legislación laboral actúa como una red de seguridad, estableciendo límites mínimos —salario mínimo, horas máximas de trabajo, condiciones de seguridad— por debajo de los cuales la relación laboral se vuelve, legalmente, inaceptable.

Sin embargo, la ley no puede regularlo todo. La auténtica desconexión de los derechos humanos no solo se produce en el ámbito de la ilegalidad, sino también en la zona gris de la „legalidad tolerada“. Es entonces cuando entra en juego el principio esencial de la buena fe, que debe regular toda la relación laboral.

La buena fe implica que el empleador entienda que más allá del contrato hay un ser humano con necesidades, aspiraciones y límites. Implica construir una relación de colaboración, no aprovechar una vulnerabilidad. Supone no sólo ofrecer un salario, sino también respeto, seguridad psicológica y perspectivas de desarrollo. Para el empleado, la buena fe significa lealtad, profesionalidad y cumplir con sus obligaciones con responsabilidad.

El salario como una
herramienta, no como un objetivo
Retomando la pregunta inicial, la respuesta es matizada. La dependencia salarial en sí misma no desconecta automáticamente al ser humano de sus derechos. Es una característica del sistema económico actual.

No obstante, una vez que esta dependencia se explota para obtener sumisión, silencio o la renuncia a derechos fundamentales, entonces sí, la desconexión es real y peligrosa.

El desafío para nuestra sociedad, para los legisladores, para los empleadores y los empleados es asegurarse de que el salario siga siendo lo que se pretendía que fuera según el espíritu de los derechos humanos: una herramienta para una vida digna, no una cadena que ata a una persona al miedo al mañana.

El equilibrio y la buena fe no son conceptos abstractos, sino condiciones esenciales para que el trabajo eleve, y no degrada, al ser humano.