Eric Mührel
Koblenz Universidad de Ciencias Aplicadas – ALEMANIA
„Némesis vigila, la diosa de la mesura,
no de la venganza.
A todos los que transgreden los límites,
los castiga implacablemente.“
Albert Camus, El exilio de Helena
Para la edición de agosto de 2021 de PoliTeknik, escribí un artículo sobre la desmesura de la acción humana utilizando los ejemplos de las consecuencias catastrófi cas de la explosión del almacén de nitrato de amonio en el puerto de Beirut el 4 de agosto de 2020 y de la pandemia de Corona. La imagen de la diosa Némesis, interpretada por Albert Camus como la diosa de la mesura, sirvió de trasfondo para refl exionar sobre nuestra forma de vida, tanto individual como social, especialmente con vistas al período posterior a la pandemia. En aquella época, a mediados de agosto de 2020, había casi 20 millones de infectados confi rmados por Corona y casi 800 mil muertos. Corona trajo consigo desesperación, tensiones sociales y económicas y una situación desastrosa especialmente para los pobres de este mundo. Ahora, a mediados de febrero de 2021, contamos casi 200 millones de personas infectadas confi rmadas y casi 2,5 millones de muertos en todo el mundo. Y la brecha entre los pobres y los ricos de este mundo y, en consecuencia, entre los recursos para hacer frente a las consecuencias de la pandemia, sigue aumentando. ¿Qué hay que informar sobre Beirut y el Líbano? El país está sumido en la corrupción y en las luchas entre los distintos clanes, no hay fuerza política para confi gurar la política, y la pobreza de la población de la que fue la Suiza de Oriente Medio está alcanzando dimensiones casi inimaginables. Con estos hechos de fondo, no faltará inspiración para un pensamiento mediterráneo de la mesura en el sentido de Camus en el futuro próximo.
En este punto quisiera seguir esta línea de pensamiento con un ciclo de némesis. De nuevo se trata de la exigencia de una mesura en el campo de la acción humana, de una refl exión sobre un propósito original, esta vez de la ciencia. Esto sucede a través de las observaciones de Hannah Arendt sobre la política y la verdad. ¿Por qué debería importar y ser de interés? Donald Trump ya no es presidente de los Estados Unidos, pero el trumpismo está muy extendido en este mundo, no sólo entre los déspotas, sino también en el centro de la sociedad mundial. El trumpismo no conoce la verdad, o más bien conoce sólo su respectiva verdad. Y una parte de las ciencias sociales y de las humanidades es corresponsable de los requisitos para este relativismo despiadado. A continuación lo explico paso a paso.
Empecemos de nuevo con Camus. En un estudio publicado en 1944, titulado Sobre una filosofía de la expresión, escribe: „No llamar a las cosas por su nombre agrava el mal en el mundo“. Según esto, ¿no vivimos en un mundo muy infeliz? La fórmula ¡Esto es en realidad el otro! es un artificio retórico probado y utilizado por políticos para ocultar los hechos y su propia responsabilidad. Fíjese en Bielorrusia: las protestas contra Lukashenko son, en su opinión y en la de su aparato represivo, en realidad injerencias y incitaciones al pueblo dirigidas desde el extranjero. Asimismo, la derrota de Trump en las elecciones presidenciales es, en su opinión, en realidad un robo de los demócratas. Pero las carreras científi cas y filosóficas también pueden ser bien expuestas con la fórmula mencionada. El mundo es en realidad un texto. Este es el credo de los posmodernos en torno a Jean-Francois Lyotard, Michel Foucault y también Jacques Derrida. Llamar a las cosas del mundo por su nombre, como intenta Camus, es por tanto imposible. La cosa como el objeto de la denominación (el signifi cante) permanece crípticamente oculta. Las dimensiones interpretativas surgen únicamente del juego de con-textos de los signos como signifi cantes. Esto es la entrada al reino de una gramática del mundo como texto en todo tipo de construcciones, deconstrucciones y recosurnstrucciones. Un reino de narrativas y narraciones al que se ha unido una parte sustancial de las ciencias sociales y de las humanidades. La pretensión de verdad del conocimiento ya no tiene importancia. La verdad es relativa y en realidad es una opinión. Y la ciencia, también, es sólo una narrativa entre otras.
Los trumpistas han entendido muy bien este mensaje. En el sentido del principio de Pippi Calzaslargas „Dibujo el mundo como a mí me gusta“, que es pedagógicamente valioso en el mundo mítico de la infancia pero desastroso en el mundo real, uno crea su propia imagen en el contexto de las opiniones, los hechos alternativos y las fakenews. Los trumpistas también pueden referirse implícitamente a Jürgen Habermas, según el cual el conocimiento está siempre ligado al interés, y aún mejor a Foucault, según el cual el conocimiento está siempre ligado al poder y a la voluntad de empoderamiento. ¿Por qué la curiosidad, el asombro e incluso la casualidad, más que el interés, no van a conducir al conocimiento? ¿Y el conocimiento no está más bien ligado a la humildad que al poder? Los trumpistas han aprendido las lecciones: hay una doctrina de igualdad de la verdad en todas las narrativas y opiniones, y lo único que importa es imponer su propia verdad subjetiva con uñas y dientes. ¿Es eso reprobable en el conflicto entre los discursos?
Con este trasfondo, el trumpismo refl eja un límite, una mesura, que ha sido transgredido por partes de las ciencias sociales y humanidades sí mismas. Deberíamos reconsiderar el sentido de la ciencia. En su ensayo Verdad y política, de mediados de los años 60, Hannah Arendt da unos impulsos a esto. Arendt, que, a partir de 1967, enseñó en la New School for Social Research en Nueva York, es decir, en el ámbito de la investigación social, concede una gran importancia a la opinión en el ámbito de la política. „Las opiniones no se prestan a una certeza axiomática. No son evidentes, sino que requieren una justifi cación; no se imponen por sí mismos, sino que son el resultado de una deliberación“. La formación de la opinión es el resultado de un constante cambio discursivo de perspectiva. Esto se aplica tanto a la formación de la opinión individual como a la formación de la opinión pública como esfera política central. Además, Arendt hace una distinción entre la(s) opinión(es), la verdad de razón y la verdad de hecho. Las verdades de razón son universales y poseen una „evidencia aplasante“. Según Arendt, se trata de verdades matemáticas o bien fi losófi cas como la sentencia socrática: „Es mejor sufrir una injusticia que cometerla“. Las verdades de razón pertenecen a un ámbito no político. Sin embargo, pueden ser una espina clavada para la política, como ocurrió con Sócrates. Para la tensión entre la política y la ciencia, Arendt considera que las verdades de hecho son más signifi cativas, porque son peligrosas para la política y están sujetas a los ataques y a la apropiación por parte de los intereses políticos. Por un lado, son objeto de opiniones y, por lo tanto, podrían estar incorporadas al ámbito de la política; sin embargo, ¡las opiniones no pueden sustituir a las verdades de hecho! Además, son contingentes y una vez „desfi guradas“ resulta difícil redescubrirlas. Para Arendt, la mentira y la falsedad deliberada representan la antítesis de la verdad de hecho. Con vistas al mundo actual, no hay nada más que añadir al respecto.
¿Y qué aprendemos de Arendt sobre el sentido y el lugar de la ciencia? Arendt se refi ere a las instituciones públicas y democráticas que son colocadas y fi nanciadas intencionalmente fuera del ámbito de la política, cuyo orden interno está orientado a los criterios de la verdad, especialmente de las verdades de hecho, y que no se ocupan principalmente de las opiniones: el poder judicial y las universidades. Porque quien se ocupa de las verdades de hecho debería, al menos inicialmente, adoptar la posición de un marginado político y social. Universidades son, por tanto, lugares – como lo expresa Arendt – de „objetividad homérica“ en lo que respecta al equilibrio y a la complejidad de las verdades de hecho y de la „integridad intelectual“. Una ciencia que se reduce al nivel de las narrativas y, en última instancia, de las opiniones, debería preguntarse si la universidad sigue siendo el lugar adecuado para sus proyectos. Una democracia que quiera defenderse de trumpistas y relativistas necesita universidades como lugares donde se pueda buscar libremente la verdad, y que no puedan ser ocupados por la política como institutos de la formación de opiniones alternativas.
traducido del alemán por
Wanda Metze y Jasper Mührel