Luisa Chang Alva – Jamyr de la Rosa Ynfantes
Hoy por hoy, el Perú se encuentra afrontando una vez más un estallido social, con la apatía como común denominador y dividiendo cada vez más a la población en diferentes regiones.
generado por el ahora ex-presidente Pedro Castillo como punto de quiebre y el ascenso, para unos legítimo y para otros inconstitucional e inmoral, de su vicepresidenta Dina Boluarte, el país ha sido testigo de multitudinarias protestas en tanto en la capital como en sus regiones, con una gran mayoría surgidas la población civil que, si bien moviliza grupos con distintos pedidos hacia el gobierno central, tienen como común denominador un hartazgo hacia la clase política, evidenciado bajo el lema “que se vayan todos”.
Sin embargo, una de las cosas que más destaca en medio de los problemas políticos es la discriminación en un país “de todas las sangres”. Las últimas elecciones presidenciales del 5 de abril del 2021 dividieron al Perú de manera muy notable, evidenciando el racismo existente en un país “de todas las sangres. Siendo así, la procedencia del ex-presidente Castillo fue fruto de debate en varios sectores de la población, especialmente dentro de los sectores acomodados de la capital, donde los comentarios despectivos no se dirigían únicamente a su formación profesional o su condición de dirigente sindical, sino también a su origen “cholo”, tildándolo de analfabeto, ignorante y “terruco” desde su aparición en la esfera política peruana.
Este fenómeno social no es algo de la última década. La discriminación en el Perú tiene sus raices en la época de la colonia, donde los colonizadores españoles establecieron un sistema de castas que clasificaba a las personas según su origen étnico y racial. Los mestizos y los blancos eran conside considerados superiores a los indígenas y los afrodescendientes, y, por ende, tenían más derechos y privilegios en el día a día. Aún tras el proceso de independencia se evidenció la exclusión de los indígenas y los afrodescendientes de la vida política y económica del país, a pesar de que durante el siglo XX se implementaron políticas públicas buscaban promover la integración de estos grupos marginados, el pensamiento discriminatorio quedó instalado en la mente de los pobladores.
Los conflictos armados de los años 80 agravaron aún más la situación, ya que aquellas comunidades indígenas fueron acusadas de apoyar a los grupos subversivos de pensamientos extremistas, grupos que, a su vez, violaban los derechos humanos de estas mismas comunidades indígenas. Es en este contexto de conflicto que nace el término “terruco”, versión coloquial del término terrorista, con el que se referían a aquellos grupos de revolucionarios violentos que iniciaron en las zonas más alejadas del país y con menos poder adquisitivo; posteriormente este término dejó de ser utilizado para dirigirse a los integrantes, reales o supuestos, de los conjuntos armados sino también para referirse de manera despectiva a las personas con posiciones políticas de izquierda, pertenecientes a organizaciones que trabajan por los derechos humanos o incluso a pobladores de las zonas andinas por el simple hecho de su origen, todo esto enmascarado bajo discursos de preocupación genuina respecto a un oscuro evento en la historia de la nación.
Aguirre (2011) hace mención que, si el objetivo de un individuo es desacreditar o destruir la autoestima y reputación de alguien, los insultos raciales y de género parecen ser los más frecuentes y efectivos, a su vez que refuerzan los estigmas sociales y culturales; curiosamente esta clase de insultos son los que más abundan en la sociedad peruana.
Al mismo estilo del uso de la palabra “negro”, la palabra “serrano” en el Perú suele ser empleada como insulto y llevar una fuerte carga despectiva, a pesar de que literalmente es un adjetivo con una connotación geográfica, como lo puede ser “costeño” o “selvático”. Y es que la migración del campo a la ciudad iniciada a partir de los años 40 no fue recibida con buenos ojos por todos en la capital peruana, llegando a verse como una “invasión” no solo a su espacio geográfico sino también a su estilo de vida. Consecuencia de ello, gran parte de los residentes en Lima en la actualidad tienen sangre provinciana, se han heredado no sólo rasgos físicos y apellidos, sino también costumbres y creencias que se fueron mezclando con las ya existentes.
A pesar de ello, 200 años después de la independencia del Perú, la sierra sigue viéndose como sinónimo de pobreza y atraso. Esto resulta tan interiorizado en el ideario peruano que, incluso los pobladores del ande llegan a utilizar el término “serrano” como insulto, siendo así nos vemos en la penosa realidad de afirmar, como referencia Ardito (2015), que el racismo es una ideología victoriosa, ya que las propias víctimas suelen ejercerlo.
En la actualidad se habla de que ya no existe una migración “del campo a la ciudad”, como hace algunas décadas, Yamada (2010) explica que la razón de esto es que sencillamente ya no existe una población rural jóven en con las características de migrante. Sin embargo, las razones para migrar hacia la capital continúan existiendo, la falta de servicios básicos como la salud o la educación, la falta de oportunidades laborales y las condiciones sociales de calidad de vida resultan determinantes para empacar maletas y buscar un futuro más próspero en un nuevo destino, ya que son conscientes que esto es la base para iniciar un cambio en sus futuras generaciones.
Si bien el proceso de descentralización buscó ayudar a mitigar esta problemática, en muchas ocasiones la falta de capacidad de gestión ha truncado estos intentos de mejora, en otras ocasiones es un problema de burocracia o falta de recursos humanos eficientes, problemáticas que desde la población limeña es reducida a comentarios despectivos sobre pobladores “ignorantes y analfabetos que no saben votar”, cuando la realidad tiene un trasfondo mayor a ello. Volviendo a acentuar los problemas de discriminación racial entre los ciudadanos encerrandonos en un círculo vicioso, que afecta al desarrollo de la nación e incrementa los problemas de violencia, tanto fisica como verbal, que se sufren en el día a día y muchas veces se camufla como simples bromas o apodos aparentemente cariñosos.
En el extranjero mucho se habla de la gran capacidad del Perú para mantener su economía a flote a pesar de los conflictos internos y de la creciente amenaza de recesión económica mundial, sin embargo, la estructura social del país se resquebraja más cada día que pasa por culpa de sus mismos ciudadanos.
Referencias bibliográficas:
Aguirre, C. (2011). Terruco de m… Insulto y estigma en la guerra sucia peruana. Histórica, 35(1), 103-139.
Ardito, W. (04 de marzo de 2015). ¿Por qué „serrano“ es un insulto en el Perú?. Punto edu. https://puntoedu.pucp.edu.pe/voces-pucp/por-que-serrano-es-un-insulto-en-el-peru/
Yamada, G. (10 de junio de 2010). “La gran migración del campo a la ciudad, iniciada en los ’40, ya no existe”, sostienen. Andina. https://andina.pe/agencia/noticia-la-gran-migracion-del-campo-a-ciudad-iniciada-los-40-ya-no-existe-sostienen-298743.aspx